
Panorámica de Ereván y el monte Ararat. Fotografía: Serouj Ourishian (CC)
Hace por lo menos diez años que vi en el Cine Doré de Madrid Sayat Nova del armenio Sergei Parajanov. Al director le costó que lo enviaran a Siberia acusado de pornógrafo, homosexual y de violar a un miembro del Partido Comunista. Solo podría haber sido peor si en el Gobierno de la URSS hubiese estado Carlos Boyero, porque la película, dada su singularidad, directamente prefiero no recomendársela a nadie. Pero desde aquel día despertó en mí cierta curiosidad por Armenia. Miraba fotos de Ereván en Google y me quedaba fascinado por su monte Ararat. No tardé en engancharme años después a Cuaderno armenio de Virginia Mendoza, y cuando sacó su libro Heridas del viento sobre su experiencia en este país, para mí fue obligado hacerme con él. Dejemos que nos cuente ella por qué no hay ningún país en el mundo que pueda siquiera parecerse a este.
En el mapa más antiguo del mundo aparecía Armenia…
El mapamundi de Babilonia es esa piedra en la que aparece una especie de estrella y es el más antiguo que se ha encontrado. Lo hicieron allá por el siglo VI a. C. y en él aparece Armenia. En aquella época era conocida como el reino de Urartu, aunque los persas ya la llamaban Armina. El mismo siglo en que se hizo ese mapa, desapareció Urartu y surgieron los Reinos Armenios. Así que sí, aunque es difícil situarla en el mapa hasta que nos interesamos por su existencia, Armenia es un lugar muy viejo con una capital, Ereván, de casi tres mil años de antigüedad.
También es el primer reino cristiano.
Sí, Armenia reconoció el cristianismo bastante antes que Roma, en el año 301. Allí habían llegado dos apóstoles, pero Armenia en ese momento era pagana y sus dioses eran réplicas de los griegos, así que no cayó muy bien aquello. Varios siglos después, San Gregorio el Iluminador seguía difundiendo ideas cristianas, y eso le llevó a pasar trece años en una mazmorra en el monasterio de Khor Virap. Terdat III, que había encarcelado a Gregorio, acabó declarando el cristianismo como religión oficial, pero cambió de opinión por un sueño que tuvo su hermana. Cuentan que se volvió loco y vagaba por los bosques como una especie de hombre-jabalí. Su hermana soñó que Gregorio le curaría y, supuestamente, así lo hizo. Así que eso le valió a Gregorio no solo el perdón, sino que también se convirtió en el fundador de su iglesia y en el primer katolicós, que es como el papa armenio.
¡Y además es el reino donde se encontró el primer zapato!
Los armenios siempre quieren ser los primeros en todo [risas]. A menudo tienen razones para creerlo, pero ya han llegado a hacer chistes con ellos. Son capaces de decir hasta que Dios es armenio. Yo he llegado a leer que hay textos medievales de eruditos españoles y alemanes que aseguraban que el primer poblador de lo que hoy es España era armenio. Aparecían en un libro de un lingüista armenio que estudió la relación entre el euskera y el armenio. Ya ves, cuando ya te lo dice alguien que no es armenio, y ves que no hay lugar al chovinismo, terminas de creértelo [risas]. El lugar en el que se encontró ese zapato de unos 5500 años puede que sea un tesoro para conocer los primeros pasos del ser humano. Llámame armenia, pero es una cueva que me gusta imaginar como una especie de útero de la humanidad en el que han encontrado varias cosas que, al menos hasta ahora, son las más antiguas del mundo en su categoría.
Y, rizando el rizo, puede que también la primera cabra, ¿no?
Bueno, a saber. Restos de cabra encontraron junto al zapato. También encontraron en esa cueva la bodega más antigua del mundo y lo que parecían ser los primeros restos de cerebro humano, con una antigüedad de más de seis mil años. Eso es lo que se contó, pero el director de las excavaciones me aseguró que lo último no fue del todo así.
¿Y qué es eso que cuentas en tu libro de que Dios es una avellana?
[Ríe]. Lusik Aguletsi es una mujer que me atrajo por una peculiaridad: no salía a la calle sin vestir el taraz, que es el traje tradicional armenio. Supuse que aquella mujer tendría algo que contar, así que me fui a su casa. Aquello era prácticamente un museo, no solo por todos los objetos típicos armenios que ha ido coleccionando, sino porque también es pintora y porque su marido era escultor. Pero la verdadera sorpresa estaba en su buhardilla: tenía entre cincuenta y sesenta dioses paganos, además de Adán y Lilith, Satanás y sus hijos, que ella misma había hecho con paja y tela. Los dioses de Lusik son tan antiguos que, si preguntas a un armenio, es muy posible que no los conozca porque no son los equivalentes a los dioses griegos que les enseñaron en el colegio, sino unos mucho más antiguos que responden a fenómenos naturales. El caso es que la señora empezó a esbozar el nombre de Vitruvio para explicarme que, si el centro de todo está a la altura del ombligo, la divinidad puede estar en lo que comemos. Como lo que tenía más a mano era una avellana —hasta colocaba los frutos secos sobre una fuente que tenía la forma del símbolo de la eternidad armenio— pues explicó cómo una avellana puede ser Dios.
De Ereván impone la belleza del monte Ararat, no es muy conocido que ahí encalló el Arca de Noé.
En realidad es lo único que se sabe por aquí del Ararat. Tampoco hay mucho más que saber porque, al fin y al cabo, para alguien que no es armenio y que vive a miles de kilómetros no es más que un monte. Pero para los armenios es mucho más: tienen una relación muy estrecha con las montañas y, concretamente, con el Ararat… Por su altura, por su cercanía, porque preside la capital, por cuestiones religiosas, pero también políticas. Entre todo lo que perdieron los armenios a lo largo de su historia, el Ararat, por su simbología y porque lo ven todos los días, puede que sea lo que más duele. Ahora está en Turquía porque allí cayó cuando Rusia y Turquía se repartieron Armenia después de la Primera Guerra Mundial. Los armenios pueden ver el Ararat, pero no pueden acercarse más a él ni subirlo. Desde el monasterio de Khor Virap, que es el mejor punto para ver el Ararat, ves muy cerca la frontera turca y el monte. Es un resumen doloroso de todo lo que perdieron en favor de Turquía poco después de que el Gobierno de los Jóvenes Turcos llevase a cabo su intento de exterminar a todos los armenios. Les quitaron sus tierras, les arrebataron la vida de sus familiares, les quitaron sus casas, se quedaron con sus mujeres y, para colmo, se quedaron también con su monte sagrado y eso es algo que puede verse un siglo después. También es una mole que enamora a los que lo hemos visto de cerca. Mandelstam explicó muy bien ese sentimiento de echar de menos el Ararat cuando, a su regreso de Armenia, hablaba de un sentimiento «araratino», para referirse al apego a las montañas que contagia Armenia.

En la fotografía Virginia Mendoza, la autora del libro, con una de las entrevistadas.
El fútbol de Armenia es el ajedrez.
Aunque Kaspárov extendió esa idea de que el ajedrez es a Armenia lo que el fútbol a América Latina, ahora el fútbol también es muy importante en Armenia y lo que más interesa es la liga española. Todos los armenios están divididos entre culés y merengues. Y luego encuentras ejemplos extremos como que un nómada que vive aislado en la montaña te pregunte cómo va el Athletic de Bilbao o te digan que el Hércules acaba de subir. Aun así, el ajedrez sigue siendo esencial. En cualquier esquina hay gente jugando y, además de ser obligatorio en las escuelas, los abuelos enseñan a los nietos y los niños acuden a escuelas de ajedrez cuando salen del colegio. Los armenios se aferraron al ajedrez, sobre todo, cuando Tigran Petrosian se convirtió en campeón mundial. Aquellos días la gente vivía pegada a pantallas gigantes que colocaron en Ereván para seguir los movimientos de Petrosian. En Armenia hay más de treinta grandes maestros del ajedrez, mientras que en otros países puedes contarlos con los dedos de una mano. Fíjate si es importante, que encontrarás un montón de hombres, de cuarenta y tantos para abajo, que se llaman Tigran. Tal fue la obsesión por el ajedrez a raíz del triunfo de Petrosian que se puso de moda llamar así a los niños. Y mira que su rey más querido fue Tigran el Grande, quien reinó en la Armenia de los siete mares, cuando era un enorme imperio con salida al Caspio, Negro y Mediterráneo. Pero ponen ese nombre a los hijos por el ajedrecista, sobre todo. En concreto, supe de un hombre que se apellida Petrosian que decidió llamar a su hijo Tigran porque soñaba con que su niño se convirtiese en el próximo campeón mundial de ajedrez. A Tigran Petrosian, el joven, le entrevisté hace poco y la historia de este chico está llena de curiosidades relacionadas con el ajedrez y paralelismos con la vida del anterior Petrosian. Efectivamente, sigue el camino que su padre soñó y, aunque no está a la altura de su predecesor todavía, por ahora es uno de los grandes maestros del ajedrez en Armenia.
¿Qué crédito merece esa historia de que Churchill bebió brandy armenio toda su vida y de ahí su longevidad?
Aquel día de la famosa foto en Yalta, Stalin le había regalado una botella de Dvin a Churchill. Al parecer, el inglés se aficionó a ese brandy y aseguraba que era el mejor del mundo. Cuando le preguntaban por su longevidad, cuentan que la atribuía a beber una botella de brandy armenio al día, entre un par de razones más. Churchill llegó a conocer tan bien el Dvin que un día detectó un cambio en su sabor y directamente llamó a Stalin a ver qué pasaba. No iba desencaminado, porque el que había sido el encargado de su producción hasta entonces acababa de ser exiliado a Siberia. Así que Stalin, para contentar a Churchill, lo liberó y le devolvió su puesto de trabajo.
En el país encontramos a los cristianos molokanes, que alcanzan la salvación bebiendo leche y que no aceptan la cruz por ser el potro de tortura de su Dios…
Si te cuento todo no terminaría nunca [risas]. Sobre los molokanes se ha escrito muy poco y, cuando se hace, es para exagerar y extender prejucios. Tuvieron que huir de Rusia porque se negaron a respetar los ayunos e imposiciones de la Iglesia ortodoxa, y fueron perseguidos por negarse a dejar de beber leche los miércoles, de ahí su nombre, que significa «bebedores de leche».
En Armenia, fui a sus pueblos, Lermontovo y Fioletovo, advertida de que no me iban a aceptar. A veces ni sus vecinos los conocen realmente. Nosotros fuimos a casa de Pavel, un anciano molokan invidente, que detectó mi intención de fotografiar una curiosa felicitación navideña en la que su bisnieto posaba Kaláshnikov en ristre. Me advirtió de que si hacía fotos vendría su bisnieto desde Rusia para matarme. Luego acabó invitándonos a almorzar y pidiendo fotos. El caso es que al final acabamos en su misa de Pascua y tomando café en un par de casas más.
Supongo que al final se trata de estar ahí sin ser intrusivo, de esperar y demostrar de la forma más natural que tus intenciones son buenas, que quieres conocerlos, sin más. Vamos, que nada ayuda tanto a dar con una historia como dejar de ser periodista ante los protagonistas, para que lleguen a verte como una persona con curiosidad y punto. Lo primero que sabían de mí era que soy periodista, por supuesto, pero ni siquiera grababa, ni sacaba la cámara hasta el final. Un simple bloc de notas siempre es más cómodo para el que habla.
Sí es cierto que se oponen a las nuevas tecnologías, pero no es cierto que sea una regla general: en Fioletovo está prohibido tener televisión, mientras que en Lermontovo simplemente está mal visto. Pueden tener móviles y usar internet, pero es algo a lo que los mayores no se les ocurriría acudir.
En general, no aceptan iconos. Lo de no rendir culto a la cruz es de una lógica aplastante: ellos se consideran los cristianos más puros, de ahí su obsesión con el blanco y con la leche. Entonces, ¿por qué iban a venerar la cruz en la que murió su salvador?
Parece que le caían bien a Tolstói.
Puede que Tolstói, de hecho, fuera molokan. Hay varias cartas en las que les muestra su apoyo, fue a sus reuniones —ellos no hablan de misas, sino de reuniones— y hasta les ayudó a huir. Cuesta creer que hiciera todo esto sin que le repercutiese lo más mínimo: estaba defendiendo públicamente a un grupo brutalmente perseguido. También sabemos de él que era un disidente de la Iglesia ortodoxa, como ellos. Y que lucía una enorme barba blanca, como ellos. Lo que no es tan evidente es que bebiera leche los miércoles… que es lo que caracteriza a los molokanes.
Y los yazidíes y zoroastrianos que también andan por Armenia, ¿en qué consiste lo suyo?
Lo suyo dependerá de quién te lo cuente. Para un cristiano o un musulmán, es una secta satánica. Si hablas con ellos, su religión es como cualquier otra. Anton LaVey, el fundador de la Iglesia de Satán, reforzó esta creencia al escribir sobre ellos como una religión que defendía lo mismo que la suya. En realidad, no tienen nada que ver. Él también se estaba basando en esos prejuicios, porque el satanismo de LaVey se basa en el individualismo, en ser tu propio Dios y aceptar que en ti hay tanto bien como mal y que ningún Dios puede castigarte o compensarte por hacer más uso de uno o de otro. Las creencias de los yazidíes, en cambio, son una mezcla de zoroastrianismo, cristianismo, islam… pero lo que realmente les caracteriza es que rezan a un pavo real y al Sol. Ese pavo real es Melek Taus, que no es ni más ni menos que el ángel caído. De ahí que para el resto del mundo sean adoradores de Satanás, Lucifer, o como cada cual lo llame. Pero ellos no rinden culto al mal, por mucho que nos quieran hacer creer que así es. Ellos defienden el orgullo de Melek Taus porque consideran que tal fue su amor a Dios, que se negó a rendir pleitesía al hombre y sufrió las consecuencias de un amor incondicional. También hay ahí mucho de culto al miedo. Ellos tienen un dios creador que dejó al mundo desamparado cuando terminó su trabajó y encargó a los ángeles regir el mundo. Su idea es más sencilla de lo que parece, mucho menos retorcida que hablar del culto al mal y sacrificios humanos: «¿Para qué voy a rezar a un dios que se encargó de crear el mundo y que no hace nada más, mientras que otro puede hacer el bien y el mal por igual? Más valdrá tener a ese contento, ¿no?». Y lo que no soportan es que les llamen kurdos. Comparten origen, sí, pero ellos se sienten traicionados porque los kurdos aceptaron el islam en detrimento de las ancestrales creencias que ellos sí mantienen.
Curiosa la relación que establecen con los clavos de Cristo y la lechuga.
Sí, bueno, todas las religiones necesitan alguna historia para justificar por qué decidieron convertir determinados alimentos en impuros. Igual que es más fácil decirle a la gente que el cerdo es un animal impuro porque se baña en barro y no andar dando explicaciones sobre el porqué de la pezuña hendida o los rumiantes, que es de lo que habla la Biblia y en lo que se basan muchas religiones para convertir al cerdo en un animal impuro; o no dar explicaciones sobre cuestiones ecológicas. Pero bueno, esto quien lo explica bien es Marvin Harris. En el caso de los yazidíes, además del cerdo, también es impura la lechuga. Aunque la realidad podría tener más que ver con las dificultades y la carestía de criar cerdos en zonas áridas y de lo absurdo de cultivar si eres nómada, qué mejor manera que contar que un cerdo robó los clavos de Cristo y los clavó en una lechuga. Ya puestos…
Has encontrado que los armenios no quieren hablar del genocidio con los extranjeros, que no quieren ser monos de feria.
No es que no quieran. Claro que quieren, y denuncian la impunidad de Turquía siempre que pueden. Supongo que partes de que Arevaluys, Movses e Iskuhi se negasen a hablar conmigo del genocidio, al menos de entrada, en el caso de los dos últimos. La diferencia con respecto al resto de armenios que viven hoy es sustancial: estas personas sí vivieron eso. Eran bebés, sí, pero creo que todos recordaríamos imágenes tan impactantes o lo pasaríamos mal hablando de algo tan duro. Eso era lo que les pasaba. Movses e Iskuhi, evitaban el tema porque estaban un poco cansados de que todos los periodistas les buscasen por lo mismo. Yo llegué a ellos porque buscaba supervivientes, pero no necesitaba que me contasen el genocidio si no querían. Así que me quedé con ellos hablando de otras cosas: de su vida, de Armenia, intercambiamos gastronomías, tomamos café, vodka, que nunca falta en el Cáucaso… Pasamos todo un día con ellos sin mencionarles el genocidio y lo pasamos tan bien y estuvieron tan a gusto que nos aseguraron que si volvíamos a visitarles nos contarían lo que sabían del genocidio. Así que pasamos un segundo día igual de divertido hasta que ellos mismos decidieron empezar a contar…
Con Arevaluys era distinto. Desde que supe cómo reaccionaba cuando oía hablar del genocidio, no quise tocar el tema ante ella. Quería hablar con su familia en otra sala, pero alguien tuvo la idea de sacarlo junto a ella y la mujer estalló. Es una reacción normal. Me sentí muy incómoda, pero al menos en ese momento su familia por fin entendió que, efectivamente, era mejor que hablásemos en otra parte.

Postal ilustrada en una tableta de chocolate donde se denuncia el genocidio armenio. Imagen: DP.
La herida en la memoria persiste…
Lo es incluso para hijos, nietos y bisnietos… Es tan terrible porque el mundo sigue en deuda con ellos un siglo después y porque casi cada familia armenia perdió a alguien en ese genocidio. Muchos países alegarían que no sabían nada porque el mundo giró la cara, pero los extranjeros que lo vivieron no dejaban de insistir en la necesidad de ayudar a los armenios y de hacer saber lo que estaba ocurriendo. Hasta unos monjes chocolateros franceses hicieron mucho más por darlo a conocer que los gobiernos. Aprovecharon una estrategia de ventas muy de moda entre las chocolateras: incluir postales ilustradas en las tabletas de chocolate que elaboraban. Así que ellos, en vez de incluir imágenes de flora y fauna, optaron por ilustrar las postales con las masacres que se estaban cometiendo en el Imperio otomano contra los armenios.
Háblame de las esclavas sexuales tatuadas.
Es una historia terrible. El genocidio armenio comenzó como un eliticidio: el 24 de abril de 1915 —de ahí que ese día haya pasado a conmemorarse el genocidio armenio— se llevaron a los armenios mejor situados social y económicamente en el Imperio otomano y solo volvieron con vida unos ocho. A raíz de ahí, enviaron a los hombres en edad de luchar al ejército, pero no iban a luchar: en cuanto llegaban les quitaban las armas, les enviaban a construir carreteras y zanjas y los mataban. A las mujeres, ancianos y niños los enviaban a morir de hambre y sed en el desierto sirio. Las chicas jóvenes tenían una forma de salvarse, aunque dudo que a eso se le pueda llamar salvarse: si se quedaban, ya fuese casándose o siendo esclavas sexuales de turcos y kurdos, podían conseguir que no matasen a sus hijos. Para ridiculizarlas, les tatuaban cara y manos. Así todo el mundo sabría quienes eran y en qué se habían convertido. Era también una forma de robarles su identidad. En el momento en el que alejas a una persona de su grupo étnico y le tatúas tus símbolos o tu bandera en la cara, estás borrando su identidad y diciéndole: «Ahora me perteneces a mí». Miles de mujeres armenias fueron tatuadas y se llevaron su secreto a la tumba por vergüenza. Por suerte, una cineasta armenia de Suecia que creció preguntando por los tatuajes de su abuela decidió investigar el tema y hacer un documental que por fin dio a conocer la realidad de aquellas abuelas cuyos tatuajes sus nietos no entendían. Pensé que no encontraría en Armenia a nadie que pudiese hablarme de este tema porque, a menos que hubiesen logrado escapar, estas mujeres habían permanecido y muerto en Turquía. Pero el día que lo pregunté, estaba al lado la bisnieta de una de ellas, una chica que creció haciéndose la misma pregunta y que nunca tuvo respuesta.
Había mujeres que fingían ser feas para que no las secuestrasen. Dices que ser fea era una forma de salvar la vida.
Sí. Las más jóvenes y guapas eran las que más riesgo corrían. Así que algunas encontraron la manera de salvarse cubriéndose la cara con barro, cojeando, manteniendo un ojo cerrado… Cualquier forma de ser menos atractivas ante quienes pudieran violarlas o secuestrarlas para su harén les podía salvar la vida.
Años después, mencionas a unos descendientes de asesinados en el genocidio, los hamalyan, a los que detuvieron por tener una máquina de fabricar sombreros, ¿por qué?
En aquel momento Armenia pertenecía a la URSS, así que tener una máquina en tu casa para fabricar sombreros o lo que fuese era algo impensable.
¿Es cierto que los armenios nunca han tenido guerras civiles?
Si hay algo de lo que presumen los armenios, además de ser los primeros en muchas cosas, es de no haberse matado entre ellos. Es normal: llevan miles de años demasiado ocupados defendiéndose de los vecinos. Cuando las invasiones se convierten en una constante, como es su caso, la gente vive más unida y supongo que tampoco le queda tiempo ni fuerzas para guerras civiles. Si no estuviesen unidos ya no tendrían país. En parte por eso la granada es su símbolo nacional: representa la unión.
¿Cómo recuerda el pueblo armenio su participación en la II Guerra Mundial?
Creo que es de lo que menos hemos hablado. En el libro volqué las cartas que un soldado armenio envió desde Alemania. Un ejemplo muy ilustrativo de lo importante que es el Día de la Victoria para los armenios es que un hombre de setenta y seis años fue este año caminando desde Armenia hasta Rusia solo para celebrarlo. El Día de la Victoria puede que se celebre en Armenia con más fervor que en otras repúblicas exsoviéticas: para ellos significó una doble victoria y además coincide con una celebración religiosa. Así que los veteranos salen a la calle doblados por el peso de sus medallas. Ese día hasta las cajeras del supermercado tienen algún toque militar.
El único testimonio directo sobre la Segunda Guerra Mundial que aparece en Heridas del viento, aparte de esas cartas, es el de Meruzhan, el señor que celebra el aniversario de Jachaturian en su casa. Él era de Crimea, aunque armenio. Cayó preso dos veces: primero por los alemanes y luego por los soviéticos. Contaba que en Alemania fue preso con otros muchos armenios de Crimea y que, cuando Stalin lo supo, creyó que estaban luchando contra él, les acusó de traición a la patria y les impidió volver. No quiero poner en duda su versión, pero no veo muy claro qué pasó ni cuál fue la verdadera confusión, porque lo cierto es que muchos armenios se enfrentaron al comunismo luchando en el ejército alemán.
Recorriste Nagorno-Karabaj, el enclave armenio en Azerbayán, un conflicto dormido…
En Nagorno-Karabaj solo pude estar en Stepanakert y en Shushi. Lo que vi fue una capital [Stepanakert] completamente nueva y semidesierta, como construida de la nada y repleta de locales vacíos a estrenar. Pero bastaba ir hasta Shushi para ver las huellas de la guerra. Es como si nadie se hubiese molestado en reconstruir durante un cuarto de siglo, como si no quisieran olvidarlo. Me recordó a Sarajevo, al menos a la de hace cuatro años, aunque en peores condiciones todavía.
En Nagorno-Karabaj es bastante común esperar que los armenios de la diáspora regresen para enriquecer el país y convertirlo en un gran país. Pero intentan enriquecerlo desde fuera: la infraestructura está principalmente financiada por ricos de la diáspora. Como método para repoblar, un armenio de la diáspora también pagó bodas multitudinarias para que unas setecientas parejas se casasen y empezasen a tener hijos. Ahora están «rellenando» el país acogiendo a refugiados sirios.
Se declaró un alto el fuego en 1994, pero nunca se llegó a firmar un acuerdo de paz. Así que casi a diario mueren soldados en la frontera, normalmente a causa de escaramuzas. Fíjate si se han acostumbrado a vivir así que estuve en una aldea armenia junto a la frontera azerí y me dormí escuchando disparos sin entender por qué la señora que me hospedaba decía estar tan harta de escuchar a los pájaros, que no se callaban ni de noche y no la dejaban dormir, decía.
Dices que al inicio se lanzaron a la guerra sin saber empuñar armas, con armas que habían hecho en sus casas.
Los armenios que fueron a Nagorno-Karabaj eran voluntarios, a menudo chiquillos. Armenia acababa de independizarse de la Unión Soviética y no tenía ni un ejército, digamos. Nagorno ya había declarado su independencia de Azerbaiyán. Un veterano me dijo algo que es preciso aclarar: «Se contó que había estallado un conflicto entre Armenia y Azerbaiyán y no es verdad. La guerra fue entre Azerbaiyán y Nagorno-Karabaj, nosotros solo fuimos allí como voluntarios para ayudar a los armenios de Nagorno-Karabaj». Así que la gente cogió lo que tenía a mano y empezó a construir sus propias armas, entre otras cosas porque Rusia se la estaba viendo venir y los había ido desarmando. La mayoría de los combatientes armenios eran fedayines, partisanos que en realidad habían surgido en el Imperio otomano y que renacieron allí.

Una domik. Fotografía: Virginia Mendoza.
En los ochenta el país fue asolado por un terremoto cuyas secuelas aún persisten.
El principal y más preocupante es la existencia de domiks. Eran los refugios temporales en los que se alojó al medio millón de armenios que se quedaron sin casa tras el terremoto. Aquello fue tan bestia que hasta dicen que la guerra fría realmente terminó con el terremoto de Armenia, porque a Gorbachov ya no le quedó más remedio que pedir ayuda a Estados Unidos. Gorbachov prometió casas reales, pero Armenia se independizó, la URSS se fue a pique y los armenios que huían de Azerbaiyán durante la guerra se convirtieron en una prioridad. Los posteriores gobiernos han insistido en dotar a esta gente de casas reales, pero tristemente todavía miles de familias viven ahí. Puedes vivir en un lugar así durante unos días o unos meses, pero no durante más de un cuarto de siglo. El espacio reducido es lo de menos: el frío, el calor, las ratas y las serpientes penetran en esos contenedores y vagones y la gente enferma. Además, se ha convertido en una costumbre irse a Rusia a buscar trabajo para ayudar a la familia a subsistir, pero lo cierto es que muchos de estos hombres nunca vuelven a esos distritos de domiks y dejan a sus mujeres e hijos abandonados en las domiks. No seré yo quien les juzgue por ello: tendría que verme en la misma situación. Es desesperante.
No parece que haya un gran recuerdo de la URRS si votaron por la independencia el 99%.
Los ancianos, como suele ocurrir, sí tienen un buen recuerdo. Viven con esa idea de que el tiempo pasado fue mejor. Incluso si su padre fue exiliado a Siberia, cualquier anciano puede hablarte de las bondades de la URSS solo porque todos tenían casa y trabajo. La verdad es que todo lo que vino después hace bueno lo anterior: el terremoto, la guerra, el cierre de fronteras por parte de Azerbaiyán y Turquía les llevaron a pasar varios meses con una hora diaria de luz, con suerte. Fue en pleno invierno, además. Para sobrevivir al frío, muchas familias se vieron obligadas a quemar muebles, libros, zapatos, hasta la madera del suelo. No había gas, así que en las calles se formaban verdaderas colas para caminar por el hueco que alguien ya había abierto entre la nieve, porque todos tenían que ir caminando. A Armenia solo le quedaba una obsoleta central nuclear que ya la URSS había cerrado por su peligrosidad.
En cambio, los jóvenes sí que son bastante más detractores. No lo vivieron, pero siguen viendo cómo Rusia, que para muchos todavía representa la URSS, juega un papel falso con ellos, situando bases militares junto al a frontera turca para evitar una posible invasión que saben que no va a ocurrir y vendiendo armas a Azerbaiyán al mismo tiempo, que es uno de los países que más presupuesto destinan en armamento al año.
Háblame de Sasun, que te mostró la foto de la primera mujer soldado armenia.
Ay, Sasun Papik… Fue uno de los fedayines que te comentaba. Siempre está en la calle, con su parca militar y su bandera armenia estampada en la camiseta, en el gorro, en la bufanda… esperando que estalle algo. Siempre le verás el primero en todas las fotos que encuentres de manifestaciones desde que los armenios comenzaron a reclamar la independencia de la URSS. Sasun fue como voluntario también a Nagorno-Karabaj y todavía no ha vuelto a casa ni se ha afeitado. Y digo que no se ha afeitado porque es algo muy importante para el fedayín y para el revolucionario en general: esa forma de mostrar que no tienes tiempo para afeitarte porque estás entregado a una causa mayor. Sasun presume mucho de no haber dormido con su mujer desde que estalló la guerra. Dice que prometió a su mujer que no volvería a casa hasta que su país no fuese realmente libre y que no puede romper esa promesa. Me pareció una forma muy curiosa de irse a por tabaco.
Sentencias: «Armenia es el primer lugar en el que he llegado a encontrar en algo tan nocivo como una bandera, una utilidad: por mínima que sea, les mantiene en los mapas».
Si los armenios no fuesen nacionalistas, si no se mantuviesen unidos, su país probablemente ya no existiría. No es solo lo que se quedó Turquía en el siglo XX; a lo largo de toda su historia, y mira si es extensa, siempre han sufrido invasiones y sus vecinos han arañado sus tierras. Mira un mapa. ¿Ves qué cosita es Armenia hoy? Pues llegó a ser un imperio con salida a tres mares.
Siempre he desconfiado de las banderas. No puedo defender algo que originalmente servía para saber a quién tenías que matar. Del mismo modo que nunca he entendido el patriotismo ni las fronteras. Quizá sea porque nunca me ha afectado directamente. Quiero decir, que a mí me parecía muy absurdo tener que demostrar que soy española a menos que esté fuera de España. No tengo la necesidad de recordarle a alguien de Madrid que soy española porque es como si le recordase que soy bípeda o que tengo dos ojos. Le diré, en todo caso, que soy manchega, si es que surge. En Armenia sí tiene sentido decir que soy española, pero eso no es patriotismo, sino realismo.
El caso es que en Armenia yo quise entenderlo todo, hasta el patriotismo. No puedes contar un país sin intentar entenderlo sin prejuicios. Tienes que meterte en él con los ojos de un niño, llegar a ser parte de él y, si hace falta, buscar explicación a lo que siempre te pareció inexplicable. Ahora mismo no sé si estoy hablando como periodista o como antropóloga porque tampoco tengo una frontera muy definida en ese sentido, pero me parece igual de válido en ambas profesiones. La gente cree que bromeo cuando digo que soy un poco armenia, pero, aunque lo diga riéndome, hablo muy en serio.

Fotografía: Virginia Mendoza.
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