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Descifrando Enigma: bioparodias y bombas atómicas sobre Berlín

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Imagen: The Weinstein Company.

Imagen: The Weinstein Company.

Estábamos acostumbrados a los biopics que suponían una versión laica y actualizada de las tradicionales «vidas ejemplares de santos», a historias que recorrían la biografía de una celebridad señalando sus habilidades ya desde la infancia como si estuviera predestinado, a películas que por necesidades narrativas mostraban sus logros no como fruto de un largo y tedioso trabajo —como suele ocurrir realmente— sino por un chispazo genial de alguien inspirado por los dioses. Estábamos acostumbrados a que alguien con el empaque de Charlton Heston los protagonizara y, qué demonios, en un mundo ideal todos los biopics deberían estar interpretados por él. ¿También aunque el biografiado fuera Martin Luther King? Por supuesto, y con más motivo aún: no murió para que a nadie se le impidiera algo por el color de su piel. Pero según iba diciendo a lo que no estábamos acostumbrados es a lo que ha hecho Benedict Cumberbatch bajo las órdenes de Morten Tyldum en Descifrando Enigma.

El intérprete inglés y el cineasta noruego han creado puede que sin saberlo un nuevo género cinematográfico: el biopic paródico o bioparodia. Consiste en escoger una figura relevante y admirada y ridiculizarla hasta llegar a convertirlo en un esperpento del que renieguen hasta sus nietos. Total, ya no puede demandarnos, habrán pensado, y además si fuera tan listo no estaría muerto. El sujeto en cuestión es Alan Turing quien, como ya sabrán, fue un excepcional matemático que contribuyó a descifrar el código empleado por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial y sentó las bases de la informática. El reconocimiento de las autoridades británicas por tales logros consistió en condenarle por el delito de ser homosexual y ante eso él, desdichadamente, terminó suicidándose (aunque según algunos su envenenamiento fue accidental). Si indagamos en su personalidad, además obviamente de su portentoso intelecto tenemos que era una persona poco interesada en la política en todas sus facetas, no era intrigante ni especialmente habilidoso en el trato con la gente. No obstante, dicen sus biógrafos, contó con un círculo de buenos amigos y se le reconocía un fino sentido del humor. También, según uno de sus colegas, era «un hombre muy fácilmente accesible». Me parece algo significativo y debemos insistir en ello, tenía sentido del humor, tenía amigos y era, repito, «muy fácilmente accesible».

En la película lo que vemos en cambio es algo levemente distinto… Podría decirse que el retrato que hace Cumberbatch de él lo muestra como el hermano raro de Sheldon Cooper, alguien que de niño se hubiera caído en una marmita de Asperger. ¿Por qué esa insistencia en mostrarlo como un tipo antipático, con el carisma de un vegetal, torpe en el trato hasta bordear el retraso? Arrogante y soberbio, el Turing de la película se enfrenta a su supervisor y a sus compañeros —cosa que en la realidad no ocurrió— y el amago que tiene de establecer lazos afectivos con ellos es tan torpe que no busca más que hacer reír a los espectadores a su costa. El problema añadido de mostrar así a tu personaje, además de falsear la realidad, es que difícilmente a continuación conseguirás que el espectador se conmueva con su suerte. Un ejemplo de lo contrario lo tenemos precisamente en otra película con la que rivalizará por el Óscar, La teoría del todo. Es la diferencia entre interpretar y parodiar.

El problema de fondo al que se enfrenta este film y del que no sale muy airoso es cómo representar la genialidad. Una narración visual de apenas un par de horas supone una seria limitación para mostrar de una forma sencilla y efectista algo tan abstracto. Parafraseando a Arthur C. Clarke toda inteligencia suficientemente elevada es, al menos en una pantalla de cine, indistinguible de la magia. La solución que han encontrado es como decimos apelar al cliché creado en Rain Man por el que «se comporta raro así que debe ser muy listo», y por otra representarlo como un doctor Frankenstein que crea una máquina extraordinaria que nadie más comprende e incluso teme y pretende destruir. Pero la primera versión de esta máquina de desencriptación llamada Bomba fue polaca, no fue ni mucho menos una creación de ningún genio solitario, nadie pretendió acabar con ella a golpes y nuestro matemático nunca la bautizó con el nombre de su primer amor. Un poco más y muestran a Turing viviendo en un castillo rodeado de murciélagos.

Pero hay otras inexactitudes históricas. En la escena en la que Joan Clarke acude a la prueba de ingreso, debe enfrentarse a los prejuicios de un obtuso examinador que quiere enviarla de vuelta a la cocina, entonces ella termina antes que nadie demostrando ser la más lista y el otro queda en evidencia. Muy edificante, pero en la realidad no ocurrió nada parecido. Ella entró a trabajar en Bletchley Park por recomendación de uno de sus profesores, que también participaba en el grupo de desencriptación. El papel que le ha caído por su parte al patriarca de los Lannister, Charles Dance, tiene también muy poco que ver con la realidad (sus descendientes han mostrado su indignación por ello) y, en definitiva, si quieren encontrar una lista completa de tergiversaciones aquí tienen un artículo muy completo al respecto. Naturalmente es una película y no un documental, así que pueden tomarse las licencias artísticas que les parezca oportuno si con ello logran hacerla más entretenida, aunque no puede decirse que lo hayan conseguido. El tono general diría que es más bien de frialdad además de, como digo, algo engañoso: resulta muy difícil creer que con un mayor apego a los hechos hubiera perdido interés semejante historia, esto es como añadir zombis al desembarco de Normandía.

La frase que marca los tres actos en los que se divide la narración (infancia, edad adulta y decadencia de Turing), aquella de «a veces son aquellos de quienes no te imaginas nada quienes hacen aquello que nadie puede imaginar» pretende ser inspiradora, aunque en ese sentido prefiero la de Bill Gates aconsejando no dar collejas al rarito de la clase porque el día de mañana podía ser tu jefe. No obstante, hay otra frase, la última que vemos en pantalla, que sí me dio qué pensar, aquella en la que se cuenta que gracias a Turing se estima que la guerra terminó dos años antes y se salvaron catorce millones de vidas. El cálculo que he leído en otras partes sitúa el logro en haber salvado trescientos barcos aliados, que no está nada mal aunque es bastante más discreto. Pero la cuestión es que la Batalla del Atlántico fue solo un escenario más de la guerra y tuvo de por medio diversos factores, como el desarrollo de nuevos sistemas de sonar y, muy especialmente, que la producción industrial aliada fue muchísimo mayor que la alemana.

Especular sobre ucronías es muy entretenido, pero difícilmente puede haber expertos en tal cosa y al final cualquiera puede decir lo que le plazca. La historia en general y la Segunda Guerra Mundial en concreto, está sujeta a una enorme cantidad de variables, si alteramos alguna de ellas sencillamente no podemos saber qué habría ocurrido con las restantes y qué otras nuevas habrían surgido. Sostener que gracias a Turing se acabó con la guerra dos años antes… es una afirmación totalmente gratuita. Entre otras cosas porque la bomba atómica ya estaba casi lista y de hecho se planteó durante su desarrollo la posibilidad de lanzarla sobre alguna ciudad alemana. Suponiendo que sin Turing, e incluso sin todo el grupo de criptógrafos, Alemania hubiera resistido mejor entonces en tal escenario paralelo Berlín bien pudo recibir una bomba nuclear y quién sabe si el número total de víctimas de la guerra hubiera sido menor, al no tener que avanzar palmo a palmo con el inmenso coste humano que eso supuso. En fin, no son más que conjeturas. La única certeza que podemos tener en todo esto, la única verdad incontrovertible, es que Descifrando Enigma no se merece el Óscar a la mejor película.


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